LOS HECHOS EN EL CAUCE DEL RÍO (RELATO CORTO)

Solíamos bajar al río. Joe, Dick y yo. A veces nos acompañaba la pequeña Madelaine, pero esto no sucedía muy a menudo pues resultaba patente el malestar de Joe en cuanto Dick, o yo, comenzábamos a rondar a su hermanita. En estas cálidas tierras del sur, es frecuente a los catorce o quince años el que una jovencita se haya casado, y cargue con la responsabilidad de uno o incluso dos chiquillos, solo que Joe estudia en la ciudad y conoce del mundo y cree que esto no es lo correcto, o al menos, nos dice él, no lo que desea para Madelaine. Ellos son huérfanos y Joe en verano, en los calurosos meses de Julio y Agosto, se ocupa de la pequeña hacienda heredada de sus padres, el infortunado matrimonio Wishpool. El resto del año es el tío Willy quien botella en mano deambula por la finca. El otro tío, Edmon, se ocupa de los gemelos en San Ignacio, solo que siempre anda demasiado ocupado como para dejarse caer por el pueblo, así que en lo más profundo del verano del más profundo sur, Madelaine, Joe y Willy campan revueltos y a sus anchas sin la intimidatoria presencia del disciplinado pariente. Abajo, junto al gran árbol que se asoma en la ribera, está la plataforma que construímos entre todos, entonces estaban los hijos de los Quancey, John y Sarah, el pequeño tartamudo de la viuda Saltwear, Timy, las tres niñas Spencer, Sonia, Wendy y Emily, también Dick Lowry, y por supuesto Joe y Madelaine Wishpool y yo. No eramos los únicos muchachos del pueblo, pero al resto de familias les parecía impropio aproximarse a nosotros, los muy pobres, algo que aceptaban con agrado y consideraban regalándonos pétreos proyectiles en los ocasionales encuentros, o a propósito forzados para animarse. Sobre la plataforma, con tal fin fue ingeniada, se descuelga de una de las ramas del robusto sauce, el columpio pertrechado con uno de los viejos neumáticos del destartalado tractor del Señor Lowry, algo a lo que no se podía permanecer ajeno, pues en cada uso el bueno y fanfarrón de Dick se hacía eco de la procedencia. El cuerpo sin vida de Madelaine apareció desnudo en el hueco de ese nuestro columpio. Había sido violada, ensañándose con fiera brutalidad con su joven cuerpo. La causa directa del deceso se dictaminó como muerte por asfixia, estrangulada encima de la plataforma donde sucedió todo esto, y esparcidos montoncitos de ceniza advertían del fuego en el que se quemaron los jeans, la camiseta de tirantes, las sandalias de esparto y el precioso bañador amarillo que comenzaba a quedársele pequeño, y con él que yo, oculto entre la espesura tras la cual, después se apostaría el asesino, la había visto resplandecer en el mediodía anterior a los hechos en el cauce del río.

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