EL ACCIDENTE (RELATO CORTO)

El que hubiera sido mi suegro, de no haber mediado el accidente, era un ser despreciable en cualquiera de los aspectos con los que en el cotidiano trato, nos vimos en la obligación de relacionarnos. Yo, cegado por Rosarito, Rosarito por su padre y él, el cabrón cegado conmigo. Formábamos un trío lo menos, interesante.

_Renato, papá ya me da permiso para hacer el amor. La extrema luminosidad irradiando del rostro, las palpitaciones aceleradas de mi corazón anhelante, el calor que se me concentraba en los hinchados testículos y el repentino erecto pene inflamado, apenas duraron un suspiro. Lo que Rosarito tras el suspiro del demonio, ese suspiro para siempre, infernal repiqueteo en mi memoria, encadenó _Ay Renato, papá quiere supervisar el proceso.
Cabal y sensata, la huída, pero en el segundo en que se hizo siembra de la duda, los límites fueron barridos y solo una frágil barrera temporal, se interpuso ante el desenlace que inconsciente, el pecho en llamas, los genitales ardiendo, había sido asumido en mi cabeza loca por Rosarito.
A Honorio lo conocí entonces, cierto que entre nosotros se había ido formando una corriente cuyo nexo, Rosarito, alimentaba con tal intensidad, que lo único que necesitamos fue el ponernos una cara precisa. _¡Renato!, ¡espadachín! _A lo vuestro, vosotros a lo vuestro. _Yo, como si no estuviera _y lo decía y se moría de la risa el hijo puta.
Quince veces, y el proceso bajo amenaza de una esperpéntica perpetuidad, se repetía, conmigo desnudo, el pene flácido, triste, vencido mientras Rosarito me enfocaba con una suplicante y lánguida mirada. El proceso se repetía, absurdo entre los sarcásticos aplausos y los vítores carcajeantes lanzados por su papá. El proceso se repetía, dándome a la escapada, derrotado hacia el vacío.
La decimosexta vez que franqueé la entrada de aquella frontera infernal, cuando de nuevo entré en aquella gélida caldera fría, con el alma encendida en Rosarito, al fin pude cumplir y en esta ocasión al salir de la sala, finalizado el proceso, tras de mí quedaron dos cadáveres carbonizados. 

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